LA GALLINA
DEGOLLADA H. Quiroga.
Todo el día, pasaban sentados en un banco
del patio los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Berta. Tenían la
lengua entre los labios, y volvían la cabeza con los ojos abiertos. Allí miraban
los rayos del sol, y al ocultarse, se reían empapando de
saliva el pantalón.
Ellos habían
sido el encanto de sus padres. Todos crecieron bien hasta el año y medio,
cuando fueron sacudidos por convulsiones y ya no conocieron más a sus padres. Quedaron
idiotas. No sabían sentarse, y al caminar
chocaban contra todo por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban,
mugían hasta inyectarse de sangre el rostro.
La causa pudo haber sido la “anormalidad” del abuelo paterno que murió delirando, o tal vez la madre, con su pulmón
que no soplaba bien.
Al principio, Mazzini
y Berta tuvieron compasión por sus hijos, pero la desesperanza de cura generó la
necesidad de culpar al otro, con peleas ellos. Pero de
las reconciliaciones nació una niña sana a la que sus padres complacían en todo,
lo que llegó a una mala crianza, olvidándose de los otros.
Sin embargo, los
reproches continuaron:
- ¡ te juro que prefiero cualquier cosa antes de tener un
padre como el que tuviste tu !, exclamó Berta.
- ¡Víbora, has dicho lo querías ! ¡Víbora tísica,
pregúntale al médico quién tiene la culpa de la meningitis de tus hijos: ¿mi
padre o tu pulmón picado?
Así, contrataron
para los 4 niños a una sirvienta tan grosera como ellos, que los vestía, les
daba de comer, o los acostaba con brutalidad.
Un día, el
matrimonio y la niña fueron a pasear luego del almuerzo. Antes, ordenaron a María
que matara una gallina. Mientras la degollaba en la cocina, sintió respirar
tras ella y dándose vuelta, vio a los cuatro idiotas mirando la operación.
María los empujó hacia afuera y fueron al banco donde pasaron el resto del día.
Luego de almorzar, salieron los 3.
De regreso, el
matrimonio fue a saludar a unos vecinos en tanto la niña cruzó hacia su casa. Allí
permanecían los 4 niños sentados en su banco. Al ver a su hermana, avanzaron sobre
ella tomándola de una pierna, mientras la niña gritaba; uno de ellos le apretó
el cuello, separando los bucles como si fueran plumas, y los otros la
arrastraron hasta la cocina.
El padre al escuchar los gritos entró corriendo y presintiendo
lo peor, fue a la cocina donde vio en el piso un mar de sangre.
Ejercicios.
1. ¿ Cuáles son “dramas” que presenta este cuento?
2. ¿ En qué parte aparece planteado algo “extraordinario y
misterioso”?
3. ¿ En qué contribuyeron los padres a generar violencia ?
4. ¿En
qué momento se plantea un “clima de misterio”?
ANACONDA
Eran las diez de la noche y hacía un calor
sofocante. Por el sendero avanzaba Lanceolada, una hermosa yarará que iba
tanteando la seguridad del terreno con la lengua.
-“Quisiera
pasar cerca de la Casa” -se dijo la yarará-, que era un viejo edificio deshabitado.
Ahora se sentían ruidos y relinchos que anunciaban la presencia del Hombre. Mal
asunto…
Vio una angosta sombra, alta y robusta que
avanzaba hacia ella. Era el enemigo. Un enorme pie cayó a su lado, y la yarará,
con toda la violencia de un ataque, lanzó la cabeza contra aquello. El Hombre
se detuvo, sintió un golpe en las botas, miró a su alrededor, pero nada vio en
la oscuridad.
La yarará emprendió así el regreso a su
cubil, con la seguridad de que esto era el prólogo de un drama a desarrollarse,
pues Hombre y Devastación son sinónimos en el Pueblo de los Animales. Para las
víboras, el machete y el fuego aniquilan el bosque y con él los cubiles.
Así, Lanceolada avisó a sus compañeras de
la presencia humana, y a las 2 de la mañana, el Congreso de las Víboras se
hallaba con la mayoría de las serpientes para decidir qué se haría. El mismo se
había reunido en la guarida de Terrífica, una vieja serpiente cascabel que lo
presidía. Allí estaban las demás yararás, Cruzada, Urutú Dorado y otras
serpientes.
Y Terrífica abrió la sesión.
-¡”Compañeras,
–dijo- hemos sido enteradas por Lanceolada de la presencia
nefasta
del Hombre. Para salvar nuestro Imperio de la invasión enemiga sólo cabe la
guerra al Hombre, sin tregua ni cuartel desde esta noche misma. Que alguna de
las presentes proponga un plan de campaña”.
Entonces Cruzada dijo: -“lamento la falta
en este Congreso de nuestra primas sin veneno: las Culebras, útiles por su
fuerza y agilidad. Tenemos que saber qué hace el Hombre en la Casa y para ello
se precisa ir hasta allá. Nadie mejor que la Ñacaniná, que podría treparse al
techo, ver, oír y regresar a informarnos. La asamblea aprobó el plan.
Y Cruzada fue a buscarla, poniéndose la Ñacaniná
a disposición de las serpientes para hacer de espía en la Casa.
Poco después, llegaban a su destino. Vio a
4 hombres alrededor de una mesa, pero como no podía oír, la Culebra trepó por
una escalera y se instaló en un tirante, bajo el techo. Y por más cuidados que
tomó, un viejo clavo cayó al suelo. Los hombres miraron hacia arriba, pero acto
seguido, bajaron de nuevo la vista, y la Ñacaniná vio y oyó durante largo rato.
La Casa era un Instituto de elaboración de
suero a partir de veneno de las víboras. Ya se había organizado el laboratorio
y el serpentario; hacía falta un lugar donde abundaran las serpientes para
extraerles el veneno. Había también un perro, un caballo y una mula que estaban
inmunizados.
-“Vamos
a hacer una gran cacería de víboras en este lugar –comentó un hombre-. No hay
duda de que es el país de la víboras”.
Al cabo de media hora, la Culebra quiso irse,
pero hizo un movimiento falso y parte de su cuerpo cayó golpeando la pared. Los
hombres al verla, rieron: “es una Ñacaniná…, -dijeron- nos limpiará la casa de
ratas”.
Pero uno
tomó un palo y lo lanzó contra la víbora, golpeando en la pared.
La Ñacaniná vio el peligro y decidió
escapar con velocidad a través del campo, y llegó a la caverna donde estaban
las demás víboras.
-“¿Qué
noticias nos traes?”, preguntó Terrífica.
-Tal
vez sea mejor pasar al otro lado del río, contestó la Ñacaniná, y a
continuación contó lo que había visto y oído: la instalación del Instituto de
suero, su plan de cazar víboras…. Con ello, Familia de las serpientes se sintió
condenada a perecer de hambre en la selva natal. Y decidieron luchar.
Al día siguiente, se arrastraba Cruzada
hacia la Casa, con la única idea de matar al primer hombre que encontrara.
Llegó al corredor, se arrolló y esperó. Pasó media hora, cuando ante la víbora
apareció el perro Daboy que fue mordido en su hocico.
-“Una alternatus”
–se escuchó-. Y la víbora fue estrangulada con una especie de prensa y arrojada
en el serpentario por un hombre.
Cruzada
las conocía a todas menos a una, acercándose lentamente.
-“¿Cómo
te llamas?” -preguntó Cruzada-.
-“Cobra”
–respondió-, y no soy de acá, sino de India. “Llevo año y medio encerrada en
una jaula, y lo que es peor, manejada por hombres”.
El diálogo continuó un rato en voz baja, hasta
que la yarará frotó su cuerpo contra las mallas de alambre. De pronto, la cobra
se abalanzó y mordió por 3 veces a Cruzada. Era un plan.
Al
entrar los hombres vieron a Cruzada quieta, por lo que el peón pensó que había
muerto, y la arrojó fuera de la Casa.
Al
despertar, Cruzada fue al laboratorio donde el empleado sostenía a la cobra para
sacarle el veneno, y la yarará tendió sus colmillos hacia el pie del peón. En
seguida, el cuerpo colgante de la cobra se balanceó y alcanzó la pata de la
mesa, donde se arrolló. Con ese punto de apoyo, sacó su cabeza de entre las
manos del peón y clavó sus colmillos en la muñeca del hombre. La cobra y la
yarará huyeron quedando en la Casa 2 hombres muertos.
El Congreso estaba en pleno cuando apareció
un nuevo miembro. –“¡Entra Anaconda!”, -dijo Terrífica- mientras la hostilidad se difundía entre los asistentes. Y la
cabeza de Anaconda avanzó, arrastrando dos metros cincuenta de cuerpo oscuro y
elástico. Ella es la reina de todas las serpientes por su gran fuerza, y no hay
animal capaz de resistir un abrazo suyo. Y si a alguien detesta, es a las
serpientes venenosas.
Estaba
presente la cobra real, con quien acordó un futuro combate.
Y el Congreso quedó pendiente de la
narración de Cruzada: eliminados 2 hombres, queda la lucha contra varios: unas
decían al perro, otras al caballo, otras a los hombres. Por fin, el peligro que
era un perro inmunizado hizo que el plan de lucha comenzara contra él. Y se
lanzaron contra el Instituto.
Desde
la Casa, un empleado oyó ruido en un galpón.
-“Me
parece que es en la caballeriza”… Vaya a ver, Fragoso. Y antes de un minuto, reaparecía
el hombre pálido de sorpresa.
-¡La
caballeriza está llena de víboras! -dijo-.
Y los
hombres se lanzaron afuera. A la luz del farol, vieron al caballo y la mula
debatiéndose a patadas con decenas de víboras que inundaban la caballeriza.
Los
hombres, con el impulso de la llegada, habían caído entre ellas. Ante el golpe de luz, las serpientes se lanzaron a un
nuevo asalto contra animales y hombres. El director partió en dos a una, un
empleado aplastó la cabeza a otra y las varas caían con vigor sobre las víboras
que mordían las botas, pretendiendo trepar por las piernas. En eso, Fragoso que
tenía un farol, cayó y quedó todo oscuro, retirándose los hombres a la Casa.
-Si nos
quedamos un momento más –dijo Cruzada-, nos cortan la retirada
¡Atrás,
atrás! -gritaron todas-, y pasando unas sobre otras, se lanzaron al campo en
tropel, espantadas, derrotadas. Entre las patas de los caballos habían quedado
veintitrés combatientes y las restantes estaban magulladas, pisadas, pateadas, y
llenas de sangre.
Un ladrido de perro se escuchó a lo lejos.
¿Qué hacemos? -dijo Terrífica-
¡A la
caverna! –clamaron todas-.
-¡Pero
están locas! -gritó la Ñacaniná-, ¡Las van a aplastar a todas! ¡Van a la
muerte! Es mejor separarnos.
¡Luchemos
aquí, delante de la caverna! –dijo
La
Ñacaniná vio aquello y comprendió que iban a la muerte. Pero derrotadas y con
pánico, las víboras iban a sacrificarse, a pesar de todo. Y con una altiva
sacudida de lengua, ella, que podía ponerse a salvo por su velocidad, quedó
allí con las otras esperando la muerte.
-Un
momento! –Se adelantó Anaconda, yo lo sé con certeza, que dentro de diez
minutos no va a quedar viva una de nosotras. El Congreso y sus leyes están, pues
yo concluidos. ¿No es así, Terrífica?
-Sí
–respondió-.
-Entonces
-prosiguió Anaconda volviendo la cabeza a todos lados-, antes de morir
quisiera...-concluyó satisfecha al ver a la cobra real que avanzaba
No era
aquél probablemente el momento ideal para un combate. Pero desde que el mundo
es mundo, nada ni la presencia del Hombre sobre ellas podrá evitar que una
Venenosa y una Cazadora solucionen sus asuntos particulares.
El
primer choque fue favorable a la cobra real: sus colmillos se hundieron en el cuello de Anaconda. Luego, ésta lanzó
su cuerpo adelante como un látigo y envolvió a la Cobra, que en un instante se
sintió ahogada. Concentrando toda su vida en aquel abrazo, cerraba
progresivamente sus anillos de acero. La boca de la cobra, semiasfixiada, quedó
babeando ya exánime.
Y no
fue larga su espera pues contra el fondo negro del monte, vieron surgir las
siluetas de 2 hombres y al perro Daboy que se abalanzaba adelante.
-¡Se
acabó! ¡ -murmuró Ñacaniná-. Y con un violento empuje se lanzó al encuentro del
perro, que, con la boca blanca de espuma, llegaba sobre ellas. El animal
esquivó el golpe y cayó sobre Terrífica, que hundió los colmillos en el hocico
del perro. Daboy agitó furiosamente la cabeza, sacudiendo en el aire a la cascabel,
pero esta no soltaba. Neuwied aprovechó el instante para hundir los colmillos
en el vientre del animal; mas también en ese momento llegaban los hombres. En
un segundo Terrífica y Neuwied cayeron muertas con los riñones quebrados. Urutú
Dorado fue partida en dos, y lo mismo Cipó. Lanceolada logró morder la lengua
del perro Daboy, pero dos segundos después caía tronchada en 3 pedazos.
El
combate o exterminio continuó furioso. Cayeron una tras otra, sin perdón -que
tampoco pedían-, con el cráneo triturado entre las mandíbulas del perro o
aplastadas por los hombres, masacradas frente a la caverna de su último
Congreso. Y de las últimas en caer fueron Cruzada y Ñacaniná.
Cuando
los hombres se levantaban para irse, se fijaron por primera vez en Anaconda, que
comenzaba a revivir de las mordidas de la Cobra. Y llevaron en un palo a
Anaconda que cargaban en los hombros, que herida y exhausta de fuerzas, iba
pensando en Ñacaniná, cuyo destino podía haber sido semejante al suyo.
Anaconda
no murió. Vivió un año con los hombres, curioseando y observándolo todo, hasta
que una noche se fue. Pero la historia de este viaje remontando por largos
meses el Paraná hasta más allá del Guayra, pertenece a otro relato.
Ejercicios:
1. ¿Qué
aspecto profundiza Quiroga en este cuento?
2.
¿Dónde aparece lo “mágico” de su relato?
3. ¿En qué momento se plantea un
“cima de misterio”?
EL ALMOHADÓN DE PLUMAS
(Cuentos de amor, de locura y de muerte, (1917)
Su
Luna de Miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter
duro de su marido heló sus soñadas niñerías. Sin embargo, quería mucho a su
esposo Jordán. Y él la amaba profundamente. Durante tres meses vivieron
una dicha especial.
La casa influía en sus estremecimientos. La blancura del
patio silencioso con columnas y estatuas de mármol daba impresión de palacio
encantado. Por dentro, se afirmaba aquella sensación de frío. Al cruzar de una
pieza a otra, los pasos producían eco. En ese extraño nido de amor, Alicia
pasó el Otoño.
No
es raro que adelgazara. Tuvo gripe que se arrastró días y días. Una tarde pudo
salir al jardín apoyada en el brazo de él. De pronto Alicia rompió en sollozos,
echándole los brazos al cuello. Y lloró todo su espanto callado.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al
día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma
atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
—No sé —le dijo el Dr. a Jordán el en la puerta de calle-. Tiene una gran
debilidad que no me explico. Si mañana se despierta como hoy, llámeme.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta y se constató
anemia aguda. Alicia no tuvo más desmayos, pero iba hacia la muerte. Todo el
día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Alicia
dormitaba y Jordán vivía en la sala paseándose de un extremo a otro.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones. La joven
miraba la alfombra a uno y otro lado de la cama. Una noche se quedó mirando
fijamente.
—¡Jordán! ¡Jordán!
—llamó espantada, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo Alicia dio un
alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con
extravió, miró la alfombra, y luego de un rato se serenó.
Entre sus alucinaciones, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra
sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había delante de
ellos una vida que se acababa día a día sin saber cómo. La observaron largo
rato en silencio y siguieron al comedor.
—Pst... —se encogió de hombros su médico—. ... poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y golpeó sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en anemia. Durante el día no
avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía más débil. Parecía que sólo
de noche se le fuera la vida. Tenía siempre al despertar la sensación de estar
desplomada en la cama con kilos encima. Apenas podía mover la cabeza. No quiso
que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores
crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama
y trepaban por la colcha.
Los dos días finales deliró a media voz. Por fin, murió.
La empleada, que entró después a deshacer
la cama, sola ya, miró extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a
Jordán—. En el almohadón hay manchas de sangre.
Jordán se acercó. Efectivamente, se veían manchitas.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se
quedó temblando. Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —dijo la empleada, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó. Salieron con él, y sobre la mesa del
comedor cortó la funda. Las plumas volaron y la sirvienta dio un grito de
horror: sobre el fondo, moviendo las patas velludas, había un animal
monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le
notaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama,
había aplicado sigilosamente su trompa a las sienes de aquélla, chupándole la
sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón
habría impedido su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la
succión fue vertiginosa. En cinco días y cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en su medio
habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. No es
raro hallarlos en los almohadones de pluma.
Ejercicios.
1. ¿Qué parte te
parece que Quiroga transforma en misterioso algo que es común?
2. Realiza un cuento con características misteriosas, (pero
no fantásticas). Incluye en su texto las palabras: IDENTIDAD – PATRIMONIO -
CULTURA - DERECHO