CONQUISTA DEL PERÚ Pizarro regresó a Panamá Pizarro en 1528; deliberó con Almagro y Luque, y los tres asociados decidieron que era preferible dirigirse al emperador Carlos V en persona, y solicitar autorización para emprender una campaña hacia el sur. En consecuencia, Pizarro volvió a España y antes de hacerse a la mar prometió solemnemente velar no sólo por sus propios intereses, sino también por los de sus dos asociados y amigos.
Aquella estancia en la metrópoli constituyó un gran triunfo para Pizarro, que obtuvo plenos poderes para llevar a buen término la conquista del Perú; Almagro gobernaría en Tumbes, y Luque sería obispo de esta ciudad, y de esta manera Pizarro podría alejar de la empresa a sus dos amigos.
En 1530, Pizarro abandonaba la madre patria y llegaba a Panamá acompañado por cuatro de sus hermanos, uno de los cuales, Hernando, desempeñaría importante papel en lo sucesivo. Almagro se enfureció al enterarse del modo cómo se había beneficiado Pizarro en detrimento de sus dos amigos. Pizarro abandonó Panamá a principios de 1531, con 180 hombres y 37 caballos, reducida hueste con la que se proponía conquistar un imperio de varios miles de habitantes: de sistema político sólidamente organizado y cultura floreciente.
Transcurridos algunos meses muy penosos llegó a Tumbes, la ciudad inca que tan intensa impresión le causara con ocasión de su primera visita, y allí recibió una noticia favorable. El imperio inca se hallaba desgarrado por la guerra civil y los dos hermanos,, Atahualpa y Huáscar, que se repartieron el imperio a la muerte de su padre, se habían enfrentado el uno contra el otro; Huáscar resultó vencido y hecho prisionero, y Atahualpa había tomado su capital, Cuzco. Inmediatamente Pizarro vislumbró el modo de aprovecharse de aquella ocasión. Indiferente a los riesgos de la empresa, decidió penetrar en el imperio inca y entrevistarse con Atahualpa, que se hallaba entonces (1532) en Cajamarca.
Atahualpa en Cajamarca
A un sacerdote de la expedición, Vicente de Valverde, le ordenó Pizarro que explicase a Atahualpa lo que había ido a buscar a su imperio. Atahualpa escuchaba con creciente impaciencia aquel discurso que no acababa de comprender. Sólo entendió que los españoles tenían la insolencia de pedirle que se sometiera a un soberano extranjero. ¿Con qué derecho venían con tales exigencias aquellos intrusos? El sacerdote le mostró la Biblia que tenía en la mano, Atahualpa tomó el libro, lo hojeó un instante y luego lo rechazó con desprecio. No toleró más el padre Vicente; se precipitó hacia Pizarro, le refirió la escena e inmediatamente el conquistador desenvainó su ¡ espada, señal de iniciar el ataque; un instante después, los españoles disparaban un cañonazo y la caballería cargaba impetuosa produciendo espantosa matanza. Locos de pánico, los indios huyeron a la desbandada y su soberano fue apresado y conducido al campamento español.
En su prisión Atahualpa urdió nuevos planes; habiendo observado la avidez de oro de los españoles, decidió beneficiarse de aquella debilidad y a cambio de su libertad les prometió colmar de oro puro el aposento en que estaba encerrado hasta donde alcanzara su mano —la sala medía siete metros de largo por cinco de ancho— y Pizarro aceptó la proposición. Atahualpa envió inmediatamente correos a todos rincones del inmenso país con orden de traerle todo el oro que pudieran. Cuando el oro se hubo reunido, Atahualpa requirió al español a que cumpliera su palabra devolviéndole la libertad, pero Pizarro no tenía la menor intención de hacerlo.
El inca fue llevado ante un tribunal acusado de haber depuesto y asesinado a su hermano, de conspirar contra los españoles y de haber adorado dioses falsos, y por tales delitos era condenado a morir en La hoguera. Sin embargo, si aceptaba la fe cristiana, el veredicto sería atenuado: en vez de quemarle, le estrangularían. El inca protestó de la sentencia y de la conducta de sus enemigos y se negó a abrazar el cristianismo, pero una vez en la hoguera le faltó valor y pidió el bautismo. Así se hizo; luego, le pasaron un hilo metálico en torno al cuello mientras los clérigos cristianos rezaban. Poco después, el inca dejaba de existir; se había perpetrado uno de los crímenes más odiosos que figuran en los anales de la cristiandad.
Aquella estancia en la metrópoli constituyó un gran triunfo para Pizarro, que obtuvo plenos poderes para llevar a buen término la conquista del Perú; Almagro gobernaría en Tumbes, y Luque sería obispo de esta ciudad, y de esta manera Pizarro podría alejar de la empresa a sus dos amigos.
En 1530, Pizarro abandonaba la madre patria y llegaba a Panamá acompañado por cuatro de sus hermanos, uno de los cuales, Hernando, desempeñaría importante papel en lo sucesivo. Almagro se enfureció al enterarse del modo cómo se había beneficiado Pizarro en detrimento de sus dos amigos. Pizarro abandonó Panamá a principios de 1531, con 180 hombres y 37 caballos, reducida hueste con la que se proponía conquistar un imperio de varios miles de habitantes: de sistema político sólidamente organizado y cultura floreciente.
Transcurridos algunos meses muy penosos llegó a Tumbes, la ciudad inca que tan intensa impresión le causara con ocasión de su primera visita, y allí recibió una noticia favorable. El imperio inca se hallaba desgarrado por la guerra civil y los dos hermanos,, Atahualpa y Huáscar, que se repartieron el imperio a la muerte de su padre, se habían enfrentado el uno contra el otro; Huáscar resultó vencido y hecho prisionero, y Atahualpa había tomado su capital, Cuzco. Inmediatamente Pizarro vislumbró el modo de aprovecharse de aquella ocasión. Indiferente a los riesgos de la empresa, decidió penetrar en el imperio inca y entrevistarse con Atahualpa, que se hallaba entonces (1532) en Cajamarca.
Atahualpa en Cajamarca
A un sacerdote de la expedición, Vicente de Valverde, le ordenó Pizarro que explicase a Atahualpa lo que había ido a buscar a su imperio. Atahualpa escuchaba con creciente impaciencia aquel discurso que no acababa de comprender. Sólo entendió que los españoles tenían la insolencia de pedirle que se sometiera a un soberano extranjero. ¿Con qué derecho venían con tales exigencias aquellos intrusos? El sacerdote le mostró la Biblia que tenía en la mano, Atahualpa tomó el libro, lo hojeó un instante y luego lo rechazó con desprecio. No toleró más el padre Vicente; se precipitó hacia Pizarro, le refirió la escena e inmediatamente el conquistador desenvainó su ¡ espada, señal de iniciar el ataque; un instante después, los españoles disparaban un cañonazo y la caballería cargaba impetuosa produciendo espantosa matanza. Locos de pánico, los indios huyeron a la desbandada y su soberano fue apresado y conducido al campamento español.
En su prisión Atahualpa urdió nuevos planes; habiendo observado la avidez de oro de los españoles, decidió beneficiarse de aquella debilidad y a cambio de su libertad les prometió colmar de oro puro el aposento en que estaba encerrado hasta donde alcanzara su mano —la sala medía siete metros de largo por cinco de ancho— y Pizarro aceptó la proposición. Atahualpa envió inmediatamente correos a todos rincones del inmenso país con orden de traerle todo el oro que pudieran. Cuando el oro se hubo reunido, Atahualpa requirió al español a que cumpliera su palabra devolviéndole la libertad, pero Pizarro no tenía la menor intención de hacerlo.
El inca fue llevado ante un tribunal acusado de haber depuesto y asesinado a su hermano, de conspirar contra los españoles y de haber adorado dioses falsos, y por tales delitos era condenado a morir en La hoguera. Sin embargo, si aceptaba la fe cristiana, el veredicto sería atenuado: en vez de quemarle, le estrangularían. El inca protestó de la sentencia y de la conducta de sus enemigos y se negó a abrazar el cristianismo, pero una vez en la hoguera le faltó valor y pidió el bautismo. Así se hizo; luego, le pasaron un hilo metálico en torno al cuello mientras los clérigos cristianos rezaban. Poco después, el inca dejaba de existir; se había perpetrado uno de los crímenes más odiosos que figuran en los anales de la cristiandad.
Fuente: Planeta Sedna