b. La Generación del ’45
La producción de esta generación se dio en
la literatura y la crítica a la música, el teatro, filosofía, con artículos en
periódicos, revistas y semanarios.
El año 1939 fue un antecedente por 2
hechos: la fundación del semanario “Marcha” por Carlos Quijano, y la
publicación de la Novela
“El Pozo” de Juan Carlos Onetti; poco después (1942), se funda el “Taller
Torres García”; todo esto fue gestando la formación de una generación.
Se le dio distintos nombres: “Generación
crítica”, “Generación del ‘39”, pero se
impuso “Generación del ‘45”, fecha en que varios escritores con perfiles
diferentes empezaron a ser identificados como miembros de un grupo.
La temática de sus obras tiene ciertas
características:
-son preocupaciones
de la vida urbana
-son de carácter
intimista: no se preocuparon de lo que ocurría públicamente, sino que reflejan
sucesos cotidianos y privados, mostrados con desilusión
-la exigencia de rigor
documental y argumentativo
-el distanciamiento crítico: la
generación rechazaba consignas y mostraba una ola de insatisfacción. Así
criticaron la imagen de país feliz que se había construido: “como Uruguay no
hay”, pues la década del ‘40 fue llamada “de las
vacas gordas” por los beneficios económicos de Uruguay en sus exportaciones a
Europa en guerra, entrando enormes cantidades de divisas. Junto al triunfo de
Maracaná de 1950 dieron la sensación de vivir un período excepcional.
Ellos mostraron
también las miserias.
Para Ángel Rama (uno
de sus representantes), el programa de la Generación del ‘45 le aguó la fiesta a un Uruguay
conformista.
Sus
principales representantes son Juan Carlos Onetti (un precursor), Mario
Benedetti, Carlos Maggi, Carlos Martínez Moreno, Idea Vilariño, J.J. Morosoli, J.
Torres García, etc. Pertenecían a distintos partidos políticos.
”Mascarada”,
de Juan Carlos Onetti
María
Esperanza entró al parque por el camino de ladrillos que llevaba hasta el lago,
entre sombras de árboles. Vio las a la gente que se deslizaba en las lanchas
con música, y a los danzarines en la isla artificial.
Estaba
cansada, y los tacones tan altos como nunca los había usado, le hacían doler
como una herida en los tendones de los tobillos. Se detuvo, pero no era ahí, y
además tenía miedo de aquellas caras sonrientes porque eran caras semejantes a
la suya, bajo la violenta, blanca, roja y negra pintura con que la había
cubierto, miedo de que las caras la miraran con odio por hacer algo que no
debía hacerse. Pocas horas antes, su cara estaba sin pintura y limpia frente al
espejo, luminosa, alegre y sin vergüenza.
Caminó por la orilla del lago con la
música de la isla en el aire, se sentó en un banco y sacó los talones de los
zapatos cerrando los ojos e inflando la cara al suspirar, y feliz por lo que
contenía la noche: una lejana música y un olor de flores. Pero vino el recuerdo
de aquella espantosa cosa, en seguida de la presencia de su cara limpia en el
espejo. Así, se levantó y caminó hacia el lado del parque que daba a la rambla.
A medida que se acercaba al Circo, iba
enderezando el cuerpo, alargando los pasos, y haciéndolos más lentos, con un
andar ensayado antes de salir.
Ya estaba entre los ruidos del Circo,
mezcla de música, risas y llamados a los mozos. Y se paró a la sombra de un
árbol desde donde miraba los tablados. Un trío de zapateadores golpeaba en un
escenario, vestidos de marineros. A la derecha un hombre de frac mostraba un
mono sobre una mesa, y otro mono que guiñaba los ojos apretando un acordeón
entre los brazos, mientras el hombre de frac hablaba muequeando. La gente reía
a carcajadas, y María Esperanza reía apoyada en el árbol, sin saber si era del
hombre, de lo que él decía, o de los monos.
A la izquierda, una mujer vestida de
hombre, con gorra y un pañuelo rojo al cuello cantaba fumando. Miraba a un lado
y otro como si siguiera el viaje de sus palabras en el aire y quisiera saber
hasta dónde podrían llegar.
María
Esperanza entró al Circo, se puso a andar entre las mesas y se detuvo indecisa
frente a la mesa de un hombre gordo de negro bigote, que bebía un jarro de
cerveza, mirando solo el zapateo en el escenario. Al verla, el hombre hizo una
cara de bondad, mientras movía un poco el nudo de su corbata, tironeaba de las
puntas del chaleco, y apartaba sobre la mesa la jarra de cerveza. Mirándola con
una expresión bondadosa, le susurró algo y ella le dijo que no. Y pasó de
largo.
Los aplausos resonaron desde la
izquierda, mientras la mujer vestida de hombre se inclinaba, con la gorra en la
mano. María Esperanza, sudando, sintió
cómo se ablandaba la pintura de su cara y el dolor de los tacones se le hundía
como un filo en los tobillos.
Y en seguida de los aplausos la gente
se puso a mirarla. Entonces, ella se acercó a un hombre flaco, que fumaba sin
moverse y se detuvo a punto de tocarlo, mirándole la cara. El hombre continuó
fumando y sus ojos pequeños y tristes miraban siempre hacia adelante. Ella giró
velozmente y fue recta hasta la mesa del hombre gordo que, al verla llegar, repitió
su sonrisa de bondad hasta que ella se sentó a su lado. Ensombreció él su cara
para llamar al mozo, volvió a sonreír, y le tomó una mano que la llevó cubierta
por la suya hasta encima de la mesa. Le hizo una pregunta y otra pregunta que
ella no alcanzó a comprender.
Pero comprendió sí que podría cumplir con el
negro, espantoso recuerdo, con la orden breve de buscar hombres y volver con
dinero.
Ejercicios.
1. ¿Cómo puedes describir a María Esperanza? ¿Por
qué la describes así?
2. ¿Cómo describe el autor a los demás personajes?
3. ¿Cuál es la profesión que ha decidido seguir
María Esperanza?
4. ¿Cuál es el tema central del cuento?
ACTIVIDAD ARTÍSTICA
Cree individualmente un Cuento donde
aparezca la crítica de un aspecto de nuestra sociedad actual (costumbres, modos
de organización, pobreza, etc..).